Entre el disco compacto y el
mp3 existe una matizada transición; la cual, caracterizada por una incisiva introducción
de la tecnología, significó una
metamorfosis silenciosa de nuestros hábitos, la manera de recibir información,
la forma de comunicarnos y también la manera de percibir la música.
Para no caer en una ambigüedad
partiremos del año 2000, en ese entonces existía una gran apreciación por los discos
compactos, caminábamos con dos o tres discos en la mochila o uno solo en el
discman, recorríamos una y otra vez las pistas de los disco que poco a poco íbamos
consiguiendo y a la par de esto entrelazábamos la música con momentos exactos
de nuestra vida. La limitada gama de música que podíamos transportar en
formatos de este tipo se compensaba con el detenimiento con el que analizábamos
cada trabajo, el cual conocíamos en un viaje solitario hasta hacerlo parte de
nosotros.
Al irrumpir la tecnología,
llegaron los cambios. Uno de los más notables fue el crecimiento innegable e
inimaginable de la gama de música que traíamos con nosotros, ahora podías
portar un sinfín de canciones en tu reproductor. Al principio, como cualquier
persona de hábitos, continuábamos escuchando esos grandes trabajos como un todo,
analizando y tratando de entenderlo por completo como si de un libro se
tratara, pero después nos dimos cuenta que se podía prescindir de algunos
archivos, borrarlos fácilmente, pasar entre pistas innumerables veces hasta
encontrar una familiar. La consecuencia, ya en años más cercanos, fue quedarnos
con lo que nos gustaba solamente hasta derivar en escuchar solo las pistas más
pegajosas o lo que nos recomendaban diferentes medios, entre amigos, reviews y
sugerencias de YouTube.
Al terminar esta cadena de
acontecimientos fuimos poco a poco dejando de lado la manera en la que “consumíamos”
música; nos limitamos a un conocimiento superficial de la misma. Ya podíamos
encontrarnos con verdaderos “amantes de la música” que vanagloriaban a un
artista y del cual solo conocían la insólita e inmensa cantidad de tres o
cuatro tracks. Esto no es malo, saber qué te gusta y quedarte con ello, pero en
el proceso nos quedamos sin una parte muy importante; la que nos daba el
criterio, la que nos ayudaba a tener puntos de comparación y la que a su vez
sentaba las bases para distinguir la calidad del oportunista tema pegajoso.
Después de lo anterior quizá
no sea sorpresa que quienes creaban la música decidieran a su vez, al ver la
frivolidad inminente, cambiar también. Muchos optaron por hacer trabajos con
ese tipo de producto más manejable y atractivo para unos nuevos oídos: los que
buscaban la prontitud de un tema pegadizo. Así preocupaciones como la temática de
un disco, los matices de un trabajo pensado como un todo o con órganos autofuncionales
que se complementaran quedaron de lado.
A pesar de todo este cambio
muchos de los que escuchamos música queremos aún exigir calidad como la de antes, discos clásicos
como los que se hacían antaño, en esos tiempos dorados. Pero ¿Nos ponemos a
pensar que debimos también escuchar la música de otra forma? ¿Apreciarla como
lo que es? O peor aún, resulta contradictorio que muchas de las exigencias a la
escena de rap en México ya están plasmadas en trabajos verdaderamente
interesantes pero que tristemente han pasado desapercibidas a nuestros oídos.
Ahora bien, y he aquí la adopción
del título que al principio puede parecer insípido: para mejorar lo que dentro
la música germina poco a poco y darle la calidad que creemos merece debemos pensar
en apreciar de manera diferente algo que tomamos ya como un producto desechable, debemos brindarle la atención a lo que nos emociona como en esa época dorada.
Debemos explorar el disco como en aquellos viejos discman. “Debemos escuchar un
disco como si fuera de verdad”.
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